martes, febrero 28, 2012

¡Si tan solo nos dedicáramos a una sola!





Una de las cualidades de cualquier lengua (o de cualquier lenguaje en realidad) es poder tender redes de acciones, de ideas, de personas o simples fronteras temporales. Levantan estructuras y tratan de cifrar lo que a simple vista no aparece o es difícil de atrapar. Muy fácil nombrar mesas, árboles, planetas cercanos o numerar manzanas; para el resto tenemos que ensamblar otros andamios.

Los hitos de las palabras se plantan con líneas imaginarias que buscan atar el universo a un solo vocablo e instante, por ejemplo, ahora. Esos otros mojones de tiempo, como ayer, logran un efecto de estabilidad, de seguimiento y cambio. Sin embargo, son el espejismo de construcciones imaginarias. El ingeniero del tiempo no es más que un acomodador de cajas, archivos o experiencias vagas, es un bodeguero de falacias. El tipo vuelve y arma a nuestro capricho, reedifica el tiempo para demostrar que funciona, jamás se detiene o muestra grietas. Su trabajo perfecto es respaldado por aniversarios, por fatalidades y por el peso que le ponemos a los días. Otras contienen pretenciosas ideas con ínfulas de vaticinios, como mañana. Además, están esas que se vuelven por definición, incontenibles, inabarcables y son demasiado para instalarse en letras: todo, universo, infinito, fondo, muerte y demás .

Por otro lado existimos el resto, todos ellos que no somos palabras o definiciones; sino simples simplones. Demasiado limitados para comprender el trasfondo de algo y para parar palabras viscosas que se escapan de la boca y nunca vuelven. La frontera de nuestro cuerpo está trazada en los días no en la piel, no tenemos la posibilidad de ser ayer o futuro, solo podemos mostrar un ahora difuso y demasiado evasivo. Por eso tratamos de retener lo poco que tenemos en pequeñas palabras (ninguna es capaz de contener lo que nombra, ni siquiera la tan bonita y larga eternidad). Así nos dan palabras como primer paso para hacernos ahora y personas, nos dan nombres, que desde el comienzo fracasan en su tarea de retenernos, ya que somos de otra naturaleza.

Maia FLORE

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miércoles, febrero 15, 2012

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De vez en cuando creemos ser parte de alguna trama, situación o ficción. De hecho, constantemente verificamos lo verosímil de nuestras vidas y nos asombramos de algunos hechos inesperados, o cuanto menos curiosos, de todos los que alegran o apaciguan la existencia.

Cual película de detectives nos la pasamos mirando por encima del hombro para saber si nos siguen. Otras veces suena la misma canción que nos impulsará a salir corriendo cuando nos descubran. Sin contar con los culebrones sexuales y las noticias de guerra que nos ponen en una interminable emisión de series b.

Sin embargo, como en el cinema, a veces damos con buenas tramas, historias, secuencias y focalizadores. Incluso, intríngulis dignos de guión. Ahí es cuando los filmes se parecen a la vida. Construimos decadentes edificios personales, de esos que son habitables por seres cinematográficos y mujeres tan hermosas o tan intensas que necesitan un cuerpo único que las interprete. Allí pasan secuencias interminables, que no son editadas por ninguna mente maestra. Pasan simplemente pasan.

Por último, en la era del video la vida sucede en la imagen. Allí recorremos en forma de película actos nuestros o ajenos. Diatribas de una vida, soliloquios (casi nunca hablamos a la cámara a menos que se nos pida o estemos en el extremo), un solo plano secuencia descuidado nos persigue y nos vigila. La técnica nos pone a competir con la endeble imagen del pasado. Esa donde no era necesario saberse en pantalla para construirse. Nos la pasamos alimentando el personaje, adicionándole vestuario, ademanes, acciones, adicciones y deducciones. Para que me mires y digas ¿Qué te has hecho?

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lunes, febrero 06, 2012

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Aunque llegues a ser fatalista con tus presagios de pocas palabras, no habrá tiempo para contarte, para volver siempre a insistirte sobre la misma idea; tampoco, podré tener la paciencia de esperar un giro inesperado, de esos que te ponen la mirada desconcertada y a la espera de una explicación.

Hoy no tengo ganas de buscarte, ni de ir poco a poco o de idearme la frase que parezca sacada de una película. No tengo esas vainas que parecen ficción cuando uno las pone a rodar, no tengo nada de eso. Pero me pregunto, dónde vi esa misma mirada, esa que no tengo tiempo de ver, dónde están esos minutos que a veces nos ganamos. Casi como el fin del mundo de Copi, todavía hay un espacio para vernos después, en una sucesión de epílogos que pasan como canciones de radio. De tomas formas no necesitamos otra cosa, otro sonido o la esperanza de un mañana. Simplemente, hoy espero que podamos habitar la Melancolía.

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