viernes, julio 30, 2010

La infancia es inconclusa






Los niños no son transparentes y tampoco dicen la verdad como los borrachos. Ellos, porque aun no son ni ellos ni ellas, establecen relaciones claras entre su imaginación y lo que se le impone como real. Sin embargo, la ficción ha decidido darle un matiz inocente a todo lo que provenga de personas menores de diez años. Incluso, la ley extiende este barniz, coloreada o necesidad de buscar algo no contaminado, hasta los dieciocho años. A veces los mismos niños se parapetan con estos argumentos tan generalizados como peligrosos.

“Donde viven los monstruos” no es una película infantil, porque no la dejan. Sin embargo, contiene lo que es un niño. Capaz de pasar de la risa al llanto o de la desesperación a la serena sabiduría. La malograda película logra ser gris niño, con el tedio de creer, con la inverosímil acción de los monstruos, quienes tienen la cruda personalidad de un adulto. No esperemos ternura, porque ella es un sentimiento de añoranza inventado por un adulto meloso o melancólico (el mismo que inventó los Yordanos). La extrañeza e impunidad de la mayoría de acciones durante parte de la historia nos acercan a lo inconcluso de la infancia. A esa mañana en que ya dejamos de relacionar lo que nos pasa con la fantasía. Y creemos resolver el mundo o las historias con un final coherente. Por supuesto, la película en cuestión tampoco lo tiene.


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