Atenta la
humanidad espera una pequeña señal. Mientras se desmoronan todos los días las
poderosas razones para hacernos parte del universo y pensamos en que la verdad
caiga del cielo. Las fantasías de contacto sumadas a las abducciones
esporádicas son inmensos deseos de volver a empezar. Creo que ese es el mayor
rasgo de lo humano, mirar a lado y lado para hacer como si fuese nuevo el
mundo.
Este
síntoma de los ciclos, que se desenvuelven en escaleras de caracol y no dejan
mirar arriba o abajo, nos oprime todos los días. Al amanecer la memoria se
depura, el cuerpo se despierta, la iniciativa se revitaliza y así, sin querer,
se rompe el conjuro de lo complejo. Higiene de lo humano, insensibilidad al tiempo o simple irremediable olvido, esta ventaja
nos hace incompetentes para entender un periodo de tiempo más allá que el
presente.
Siendo
trascendental, cosa complicada cuando vivo en una terrenal sucesión de días
parecidos, la herramienta más importante para superar el presente sería la
escritura. En este espacio dejaría mi grano de arena en el inmenso desierto de
disertaciones sobre lo que la escritura ha hecho; pero de antemano lo gasté
intencionalmente para excusarme. Por ahora, insistiré en el presente. Ese que
se hace vigente cada vez que reiniciamos la vida, por la mañana, cuando
regresamos del viaje del almuerzo, al ver más adelante o cuando me pierdo en
cualquier mirada o historia.
Mientras
añoramos la presencia alienígena para reiniciar lo humano, la insistente y desesperante
costumbre de nuestra mente nos hace dependientes del presente y demostramos
cada minuto que todo, casi todo, se construye con materia temporal que se
deshace en el olvido.
Etiquetas: Civilización