martes, abril 05, 2011

A veces extraño cartas...

Así como un niño encontró el mensaje de una botella, puesto a flotar hace más de veinte años, de esa misma forma una carta me encontró como reincidente destinatario luego de seis años. Ella me recordó el encanto del correo postal y las pocas ganas de guardar cartas "electrónicas". Me hizo pensar en que no conozco la letra de muchos de mis remitentes, creo que de muy pocos. Ya no nos divertimos con los rasgos sicológicos de la caligrafía ajena, tampoco nos aturden la voluptuosas eses del lujurioso desenfrenado. Es como dejar de escuchar la forma particular de caminar de alguien, es perderse el encanto de ver trabajar a los otros, o la forma en que las mujeres se peinan, se arreglan, se visten o desvisten.

La letra del otro es un recuerdo. Todavía guardo la imagen de la caligrafía de mi papá, que ahora no escribe con tanto esmero ni tengo noticias de sus cambios de estilo caligráfico. Esos recuerdos, abstractos como cualquier evocación, me hacen añorar los sellos ,las estampillas, las cartas personales que he recibido (muy pocas por cierto), la sorpresa de que alguien se tomó el tiempo de escribir mi nombre.

Sin embargo, las cosas han cambiado y ahora recibo correos inmediatos, inminentes o innecesarios. Así fue que, por estos días, me resigné a pensar que pronto será una curiosidad el accidente matutino de Lorenzo Parachoques.

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