viernes, abril 15, 2011

Había una vez una ciudad..





Hubo una época hermosa, mítica, de esas que suelen pasar. Hubo un ciudad, de esas que salen en las películas, porque ya no están. Una donde existían salas de cine. La ciudad prototipo del siglo XX albergaba unas cuantas. Eran hermosos lugares, que imitaban otros, eran réplicas a escala uno a uno, eran el prototipo hecho por un miope. Eran una pobre imitación, pero como toda replica, tenían la potencia de lo que imitan, eran de la naturaleza del original. Eran las verdaderas, eran las que tenían nombre, arquitectura de principiante, pero eran. Así existían. Así las recuerdo. De esas donde pasa el tiempo, de esas que levantaron para poner en lugar edificios o supermercados, esas que pasaron del porno al olvido, como cualquier actriz veterana en el oficio. Ambas hicieron maletas. La sala se fue y se llevó el siglo. Ese que no queremos abandonar, ese que nos desilusionó, que nos amó y odió, ese que no hacía cine digital. Tan actual como mis recuerdos. Así es "El ilusionista".

En mi infancia existen el "Lido", "Mogador", "Olympia", el "Royal Plaza", el "Trevi", "Opera", y otros que se pierden porque yo abrí los ojos en el último cuarto de siglo. Sin embargo, la película me lleva a vitrinas de mi ciudad. Esa que demora sus obras por la nostalgia, que descarta las copias. Ya no hay salas de cine. Existen pantallas. Pieza de colección la película que hace presencia en otra película. "Mi tío". La casa más hermosa que he visto. El homenaje permanente a la nostalgia, la sorpresa permanente del detalle.

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