lunes, diciembre 22, 2008

La sombra que civiliza











A medida que los siglos pasan (por lo tanto el efecto no se detecta empíricamente en una sola vida), nuestra cultura nos lleva a construir un techo. Se ha vuelto tan importante que es una de las metas más importantes de media humanidad: tener un espacio privado. Sin embargo, cuanto hacemos por crecer, abastecernos, simular comunidad o parecer civilizados, nos demuestra que somos hombres de puertas hacia adentro. La llegada a la “verdadera ciudad” en el siglo XX, implicó que lo rural se volvió exótico, de postal, un sueño romántico, una aventura donde los extraños seres del campo son objeto de amenazas, saqueos, cuidados y abusos, en general. La convicción del pensamiento como construcción se hizo realidad. Cada espacio que pisamos en la ciudad es la exposición de una idea. Las paredes que albergan mi vigilia son instituciones: el andén, tu casa, mi casa, su casa, aquel colegio, prostíbulo, centro comercial, ese encantador lugar subterráneo. Todos ellos son celdas de información, el espacio ha sido codificado. ¿Cómo apilarlo, guardarlo, organizarlo?La respuesta es tan humana como el deseo sexual. Cada uno de nosotros clasificamos, organizamos, modificamos; lo poco, lo mucho que tengamos. Creamos un espacio, así sea virtual (palabra sofisticada para el desposeído) que permite solucionar algunas preguntas filosóficas, las otras se dejan al destino (quién soy, qué hago en la vida, cuál es mi decisión, ¿algún día lo haré?). Tu cuerpo es un espacio donde me veo caminar mañana (cursi, curvo, cuerdo). El futuro no es de edificaciones y aparatos plateados, tampoco está en el papel aluminio o en el rayo laser. La vuelta de la esquina es un lugar, siempre espacio. La categoría suprema del humano. Nuestra sombra obsesiona, nuestras dimensiones nos delinean y las rejas nos separan. Continuaré viviendo el 85% de mi vida bajo techo. Esperando el inicio de una civilización al aire libre.



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