domingo, enero 31, 2010

"A la muerte le gustan las coincidencias", "Y de pronto, uno de los hombres se bajó de la máquina del tiempo" (III)


J. D. Salinger murió la semana pasada. Dejó varios lectores huérfanos hace muchos años, casi como una leyenda murió. Dejó una imagen, dejó buenos libros, convirtió a alguno por ahí en ladrón y siguió de largo. Sin embargo, la coincidencia fue con las decisiones de nuestro presidente, dejó una de las mejores novelas sobre adolecentes que he leído. El guardián en el centeno es el relato de un joven, que no tiene que delatar a nadie, que no tiene en la cabeza su deber de ser un soldado. La novela no apura, no alecciona, narra, crea y deja ver a un joven cuando no era sólo un estereotipo o una condición acéfala en la vida.

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"A la muerte le gustan las coincidencias", "Y de pronto, uno de los hombres se bajó de la máquina del tiempo" (II)



Mientras se bajaba de la máquina del tiempo, el crononauta no podía creer que su viaje hubiese fracasado. Había partido un viernes de 1979. Por esos días no había nada extraño, él sabía que sí colocaba un cable aquí, invertía un mecanismo por allá, almacenaba un poco de combustible por el otro lado, sacaba provecho de un chip, entre otras cosas, llegaría al comienzo de 2010. Sin embargo, mientras se cuidaba de no pegarse en la cabeza al bajarse, se dio cuenta que el tiempo le había hecho la del Planeta de los simios. Descendió en otro lugar.

De todas formas, las modalidades de la política latinoamericana es la repetición de los modelos del siglo XX. Casi como una copia de película de espías, se inició la caza de los disidentes, de aquellos que dijeron algo en contra de lo ordinario, de lo común. Sin embargo, como en el Planeta de los simios, pasó que los espías eran los jóvenes, los universitarios, los niños, ofreciéndoles algo de dinero. De igual forma pasa en Venezuela. Sin embargo, dejemos hasta ahí. El hombre después de reparar unos cables, soldar algunos imanes, instalar una nueva resistencia a su estufa para el café, arranca inmediatamente, esperando que llegue al verdadero futuro.

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"A la muerte le gustan las coincidencias", "Y de pronto, uno de los hombres se bajó de la máquina del tiempo" (I)

Un hecho contemporáneo es la muerte de la niñez. Ya no pasa mucho tiempo para que nos convirtamos en adultos. No es un problema de documento de identidad, es la abolición del invento moderno, ese que se explotó hasta la saciedad: “El mundo de los niños y adolescentes”, ya son tratados como idiotas que no rompen un vaso o como idiotas que hacen todos los daños posibles, es decir, los convirtieron en adultos. No es la posición de gritar como locos para hacer respetar sus derechos (se deben cumplir) es la necesidad de cazarlos desde pequeños. Pequeños predicadores, pequeños soldados, pequeñas seductoras, pequeños genios y lectores. Los compradores infantiles deciden la mayor parte de los productos, los prueban y siguen comparando hasta que se jubila su apetito, es decir cuando no podemos ir a un restaurante a pedir un combo. De todos estos caminos lo detestable es cuando no somos capaces de dejarlos crecer por sí mismos.

Como poco conoce de niños Uribe, toma la decisión de transformarlos en delatores prematuros. A medida que uno crece elige a quien traicionar, amar, engañar y sobre todo delatar. La complicidad es una apuesta de confianza que tiene el poder de transformarnos, de no dejar al descubierto todas las debilidades de alguien a quien amamos y por ende conocemos. No importa que salgan a denunciar criminales, no importa que les paguen, no importa la lealtad a los gobiernos. En últimas, quienes nos aman, no pagan para que les contemos las cosas. Tampoco nos minan la vida diaria con sospechosos amigos, novias, enemigos, primas, vecinas. Aunque en el colegio siempre hay un sapo, nunca le tuvimos que pagar o lo ascendieron a la fuerza. Con los cien mil pesos, puede comprar el silencio de 34 a 44 compañeros, pero no dejara de ser sapo. Militaricemos nuestra mente, delatemos al más picado, ya militamos, ya espiamos, ya no jugamos a ser niños.


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