domingo, enero 31, 2010

"A la muerte le gustan las coincidencias", "Y de pronto, uno de los hombres se bajó de la máquina del tiempo" (I)

Un hecho contemporáneo es la muerte de la niñez. Ya no pasa mucho tiempo para que nos convirtamos en adultos. No es un problema de documento de identidad, es la abolición del invento moderno, ese que se explotó hasta la saciedad: “El mundo de los niños y adolescentes”, ya son tratados como idiotas que no rompen un vaso o como idiotas que hacen todos los daños posibles, es decir, los convirtieron en adultos. No es la posición de gritar como locos para hacer respetar sus derechos (se deben cumplir) es la necesidad de cazarlos desde pequeños. Pequeños predicadores, pequeños soldados, pequeñas seductoras, pequeños genios y lectores. Los compradores infantiles deciden la mayor parte de los productos, los prueban y siguen comparando hasta que se jubila su apetito, es decir cuando no podemos ir a un restaurante a pedir un combo. De todos estos caminos lo detestable es cuando no somos capaces de dejarlos crecer por sí mismos.

Como poco conoce de niños Uribe, toma la decisión de transformarlos en delatores prematuros. A medida que uno crece elige a quien traicionar, amar, engañar y sobre todo delatar. La complicidad es una apuesta de confianza que tiene el poder de transformarnos, de no dejar al descubierto todas las debilidades de alguien a quien amamos y por ende conocemos. No importa que salgan a denunciar criminales, no importa que les paguen, no importa la lealtad a los gobiernos. En últimas, quienes nos aman, no pagan para que les contemos las cosas. Tampoco nos minan la vida diaria con sospechosos amigos, novias, enemigos, primas, vecinas. Aunque en el colegio siempre hay un sapo, nunca le tuvimos que pagar o lo ascendieron a la fuerza. Con los cien mil pesos, puede comprar el silencio de 34 a 44 compañeros, pero no dejara de ser sapo. Militaricemos nuestra mente, delatemos al más picado, ya militamos, ya espiamos, ya no jugamos a ser niños.


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