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Si mi vida fuese aquella rubia tendría que vivirla muy
despacio, de a pocos, dejar que bostezara a la madrugada mientras la miro, la
espero y abandono.
Me dormiría temprano casi con la salida del sol, para que al despertar ya la estuviera
extrañando, sabiendo que hace horas tendría que hacer su vida sin mí.
Tendría un poco de paciencia para entender sus arrebatos y
mentiras, para poder dejarla irse mientras no está conmigo. Ella sería como la
vida de otros, que se ve a lo lejos y se torna fábula o juicio.
Esa rubia me
sorprendería con otras astucias, con tristezas y alegrías pasajeras. Sería
flaca, de poco tiempo, con metas que ella misma aleja hasta que sea su hora.
A veces me sentaría a la mesa con ella para solo
contemplarla, verla hablar con todo el mundo; contando las historias que ya me
sé de memoria, pero que siempre me sorprenden dependiendo del ánimo con que las
cuente o las mentiras que le agregue.
Si ella fuera mis días estaría tratando de descifrarla para no dejarla a medias.
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