domingo, abril 07, 2013

Los hombres no admitimos estar perdidos

Sorpresas encadenadas, de esas que componen complejos espacios, algunas que saben a nuevo. De esas cosas que pasan comúnmente, que se deshacen en instantes pero dejan una estela (de esas estelas que nombraba Cabrera I.). Sin embargo, hay días que amanecemos (en otros simplemente despertamos) y suceden las sorpresas, que se dejan esperar, se suspenden un rato en el aire, y es posible darles la vuelta, tocarlas o deshacerlas en el pensamiento.  Esas son sorpresas huecas como presagios, alertas o simples mapas de algún lugar conocido. Cada vez que nos sorprende algo que sabíamos antes, estamos dándole forma a una sombra persistente que nos tuvo como hospitalario anfitrión durante algún tiempo. Algunos llaman, acertadamente, a estas sombras pulsaciones. Ellas laten acompasadas con nuestro ritmo o se esconden y de vez en cuando dejan caer un acento o nos abandonan. Ahora que tengo la paciencia de escucharme, extraño ese murmullo constante, no lo siento cotidianamente como en otros tiempos. Así que he afinado el oído, dejo de respirar un rato para sorprender al pulso o simplemente juzgo la luz del mundo, buscando descubrir la sombra que niega la lógica del hombre que es el único patrón al que respondo. 







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