viernes, diciembre 02, 2011

Reminiscencias

Las horribles manos de una mujer hermosa, quien no las disimulaba para mostrarse aún más mundana.

El sonido del viento mientras caminábamos por la sabana, sabiendo que esa tarde nos quedaríamos hasta la mañana.

Una máquina tipográfica expidiendo el olor más agradable y mortífero del que tengo memoria olfativa: la tinta.

Un sapo gigantesco que más que asco generaba respeto. Verde oscuro. Verde único de cada sapo o rana en el mundo.

Un baño inmenso en un apartamento ya demolido en el centro de Bogotá.

A la vez la ya inexistente vista sobre la calle, donde las ahora maduras jovencitas se paseaban para ir a la universidad a clase de nueve.

Una borrachera donde brotaron confesiones que se han quedado guardadas para siempre, porque no nos volvimos a emborrachar ni a ver.

La irrefutable sensación de viaje en el tiempo cuando se ingresaba a un salón de juegos de los años cuarenta, futbolistas increíblemente grandes para un futbolín, todo hecho en madera, que irremediablemente se echó a perder.

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